He aquí el investigador de este blog con otra recherche sociológica sobre esa criatura tan extraña, el ser humano. En este caso se trata de una investigación sobre una de las costumbres más antiguas, la de la bacanal.
Una bacanal no es cualquier orgía. Además tiene que haber desenfreno y locura en cantidades consecuentes. Se cuenta que Baco llegó del este con una nueva religión, uno de cuyos misterios era una fiesta totalmente desparramada, máximo exponente del despiporre en aquellos tiempos. De hecho, la fiesta llegaba a salirse tanto de madre que llegaba a ser peligrosa. Encontrarse con las bacantes sin estar en la bacanal suponía que hiciesen con uno lo que les viniese en gana. Si alguien está pensando en que se tiene que parecer mucho a encontrarse con un autobús lleno de británicas en estado etílico celebrando una despedida de soltera se estará acercando al concepto, pero hay que pensar que mucha gente acababa esas noches visitando el Erebo. Y si alguien se está imaginando a Baco como una especie de Pocholo místico, tampoco va muy desencaminado.
Dejando a parte tonterías, las bacanales fueron perseguidas por los muy serios señores del senado romano, y finalmente finiquitadas por la sagrada iglesia catolica, y sustituidas por el carnaval. Lo que se había hecho era restringir al máximo la farra bacanal y sustituirla por una fiesta de inversión, en la que se podía dar la vuelta al orden social establecido, aunque, eso sí, solo una vez al año, bien lejos de los gobernantes y bajo el ojo de la policía (¿os suena de algo? ¿2 de Mayo?)
Lector, si has llegado hasta aquí, te agradezco tu paciencia... veamos lo que sucede en Madrid.
Más allá del carnaval y el día de noche vieja, festividades oficiales, y por lo tanto no-báquicas, se ha ido produciendo un extraño fenómeno los últimos años. La gente va a la Puerta del Sol el día 30 de diciembre y hace... lo que hace. Lo más parecido que he visto nunca a una verdadera bacanal.
¿Cuánta gente había? Oí que más de un millón de personas. Todas ellas frotándose las unas contra las otras. Mucho. Y muy ebrias. Cuando intentamos entrar miré hacia atrás y les dije a mis compinches: "genial, vamos a frotar la cebolleta". Me miraron como a un loco.
¿Cuál era el motivo de esta insensatez? Eso es lo mejor de todo: no lo había. No era una fecha marcada, no era nada, la gente lo hacía PORQUE SÍ. Había espíritu de bacanal. La gente estaba ahí siguiendo una especie de creencia religiosa, la de emborracharse, y punto. Como no era una fecha oficial, lo que se estaba haciendo no era del todo lícito, pero la fuerza de la masa había hecho que la policía aceptara el hecho, y colaborara... Lo único que impedía era pasar a la Puerta del Sol con bebidas embotelladas o enlatadas, cosa que yo hice, porque había tanta gente que nisiquiera era posible parar a los que entraban o los que salían, ya que íbamos arrastrados por el poder del tumulto. Era la abolición del individuo y la colectivización del espíritu.
Antes habíamos estado tomando unas cervezas en Callao (que hasta ahí llegaba la cosa), y justo con las campanadas, que por cierto no fuimos capaces de escuchar, estábamos tratando de entrar en Sol. Cierto que ese momento lo pasamos un poco mal, porque había demasiada gente, pero a los diez minutos, cuando eso se empezaba a vaciar, encontramos un metro cuadrado al lado de la heladería Palazzo y allí nos hicimos fuertes. Fue en aquel momento cuando me di cuenta de que estábamos en una bacanal. No era solo el alcohol; el estar con tantísima gente, donde todo el mundo tenía una sola intención, la de emborracharse, creaba una especie de energía que me llamaba a la farra. ¡Evohé!
Por desgracia, creo que era el único de los drugos al que le afectó la situación de esa manera. Los demás estaban jodidos por haber tenido que restregarse con la multitud, además de un poco molestos por la cantidad de líquidos desconocidos que nos habían echado desde las ventanas y la espuma de bote con la que nos había duchado un cachondo.
Allí nos vemos...