"Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde se abrían todos los corazones."
Los zombis invaden periódicamente el Lozan
Allí llegamos, no piensen ustedes que por primera vez, después de tomarnos unas cervecitas en un sitio cuya decencia era cuestionable; la del Lozano no se puede cuestionar. Quizás cuando en su letrero se leía el nombre completo, sí. Ahora ya no le queda ni el más recóndito vestigio.
Su especialidad es la cervezaca, las patatacas y las hamburguesacas. Sus maneras son sutiles en lo burdo, delicadas en lo antihigiénico, esquisitas en el mal gusto. El olor uno se lo lleva pegado, no solo cuando sale, sino varios días después, como si del estigma cainita se tratase.
Pues bien, ese sitio de perdición nos endujo a un estado enajenado del alma, y nuestras buenas intenciones pronto se trocaron en un ejemplo más de bastardía terrenal. Minis de cerveza en tiempo record, miradas lascivas a las parroquianas, estupideces supinas por doquier. Sí, amigos míos, el olor no es lo único que se le pega a uno en ese sitio, sino que la bastardía se cuela dentro de nuestros seres por simple ósmosis.
Pero esta no se va con una ducha, de hecho, la idea es que no se vaya. La bastardía es mala, pero es lo que nos gusta a nosotros. Un sitio indigno, a nuestra medida, que nos viene como un guante.
La dignidad es para las abuelitas con bastón, y allí no vi a ninguna.
Este sitio todo lo corrompe: los propósitos de año nuevo, las buenas intenciones, la acción cívica del día. Nada queda de todo eso cuando uno entra aquí y se come una hamburguesaca. Nada queda, excepto una incómoda pátina de grasa en el cielo de la boca y una sensación de indeleble corrupción.
Eso es todo, amigos míos, hermanos en el pecado. Si queréis ir, a riesgo vuestro, este sitio está en una de esas roñosas calles que salen de la Plaza del Grial (curiosa ironía).
Es recomendable acudir con una hostia mojada en sangre de virgen, consagrada en un pentáculo impío frente a un macho cabrío negro.