Éste es el nombre que tiene actualmente un archiconocido bar en Fuenlabrada, el anterior Taberna del Picalagartos. Hay que decir que con el nombre no cambió lo excepcional del local: la cantidad de las tapas, su calidad precio y la novedad: se dan por consumición, no por ronda. El cliente además puede elegir entre varios aperitivos, entre eso y el precio, bastante barato, es un buen lugar donde ir a tomar algunas cervezas y salir cenado, comido o lo que se tercie.
El lugar no destaca demasiado, sería como cualquier bar del sur de la zona si no fuese por su clientela, al estar al lado de la zona universitaria y en el cruce entre una zona de institutos y de compras, hace que la Brújula esté a rebosar en más de una ocasión y con gente generalmente joven. En verano se dejan ver las familias en la terraza y en invierno las parejas veinteañeras que hacen tiempo antes de cualquier otro plan.
En cuanto a los aperitivos. La tapa estrella es la hamburguesa, por poco más de un euro te llevas un trozo de carne en pan, con lechuga, con mejor sabor que las de cualquier Burguer King o McDonalds. Invitan a repetir y enganchan clientes con mucha facilidad: quién las prueba, vuelve. Por lo demás: variedad: calamares, bravas, pincho de sepia, morunos, nuggets...
Lo malo del local: es muy pequeño, lo que hace que en invierno siempre esté lleno. Las mesas están apretadas entre sí y el espacio es reducido, lo cuál hizo que los dueños “eligiesen” el autoservicio, vamos, tú tienes que pedir en barra y llevar las cosas a la mesas. En cuanto a las tapas; la hamburguesa es la que destaca por encima de los demás, y a mucha distancia ciertamente, ya que las cantidades de otras raciones como patatas bravas, ali-oli, calamares y similares, deja bastante que desear.
Para acabar, se dice que recientemente uno de sus camareros tuvo un mal viaje con setas alucinógenas y creyendo que podía volar, se lanzó por la ventana. Pero si vosotros queréis dejar volar vuestro paladar sin que la cartera os haga de lastre, acercaos a la Taberna de la Brújula.
La Taberna de la Brújula
viernes, septiembre 19
Publicado por Jose Rodríguez en 11:53 0 comentarios
Una visita al Boñar
domingo, septiembre 14
"Quillo, esto que van cuatro madrileños, una polaca, un portugués, una coreana y una taiwanesa..." y no, no es el principio de un chiste malo, si no la compañía que formamos varios valerosos seres, cada uno venido de donde su madre y padre decidieron engendrarle, para afrontar la ardua misión de penetrar y sobrevivir en las terroríficas y hediondas mazmorras del oscuro señor Boñar I de León.
Nuestro objetivo, paladear el langostino paellero único, aquél que devolvería el brillo a los suelos del baño del temible Boñar I, aquél que haría retomar a los orcos de grotesco hablar su vida de felices campesinos, aquél que provocaría que el sol purificase las costras de sus muros.
Ejem... ejem... voy a hablar de una visita que hicimos el otro día en la noche en blanco a este local, así que no lo voy a describir demasiado ni voy a contar lo que hemos podido ver o hacer otros días que esté relacionado con el Boñar (sobre motos, tuppers, yonkis y demás otro día).
Bueno, de todos modos, si uno ha ido al Boñar podrá intuir por donde iba la introducción de esta entrada.
Entramos y al rato nos consiguieron una mesa en el comedor para los ocho que éramos, habiéndoles avisado de antemano que nuestras intenciones estaban muy alejadas de aquello que siginificase tener que pagar algo que no fueran las cervezas. Pero el español es por naturaleza pillo, y a nosotros nos vieron cara de pardillos. ¿Y qué se hace en estas situaciones?, pues ver si la pobre víctima pica.
He de decir que lo veo natural. Recordaré que en este sitio por cada jarra, o caña según me han dicho (es que nosotros nunca hemos pedido una, y si la hemos pedido nos han servido una jarra), te sirven uno, o incluso dos, platos enormes de comida para cebarte, y de forma totalmente gratuita. Y claro, no todo el mundo quizá lo sepa, y si en el grupo ves gente a la que seguro catalogaron como "guiris", pensarían que podrían intentar sacarnos pasta. ¡Ja!.
Luego además echas un vistazo a la carta y ya atas cabos. Como tuvieran que esperar a que la gente comiese lo que come en este sitio pagando cada cosa, iban de culo.
Volviendo a la historia. Una vez sentados y provistos de bebida, nos preguntaron cortésmente si íbamos a querer algo de comer. Decididos, les respondimos con un no rotundo a modo de farol; que no pagaríamos nada era nuestra consigna, y quien no la siguiera, pondría en duda su virilidad.
Mientras tanto, por primera vez conseguimos ver el famoso cocido del Boñar. Pero eso también se convertirá en una futura entrada de este blog.
Pasados unos minutos, y con nuestros estómagos en contra de nuestra voluntad, vemos al camarero traer dos platos. ¡Bien, han cedido!, creemos, ingenuos. Sendos recipientes estaban llenos de rancias patatas fritas de bolsa. ¿No ponían paella?, pregunta una de las chicas no patrias que nos acompañaban, mientras se lleva una triste patata a la boca. Nosotros, anfitriones de la noche madrileña, nos miramos, abochornados, pero aún con esperanza.
Los camareros vuelven a la carga. Nos ponen a cada uno un cuchillo y un tenedor para las patatas, y nos repiten si vamos a pedir algo. Yo, que ya estaba intentando coger una patata con el tenedor, previo paso de haberle intentado quitar algo de roña al instrumento, contesto que no, que así estaba bien. Segundo farol de la noche. El camarero nos recita todo lo que podemos pedir, e incluso provee de piropos a una de nuestras acompañantes. Insistimos en nuestra negativa.
Siguen sucediéndose los minutos. Nacho y yo estamos desesperadamente hambrientos, y pensamos en pedir unas patatas bravas. Vuelve el camarero a decirnos que si estábamos seguros de no querer nada, que la cocina iba a cerrar. Llorosos, compungidos, a punto de tirar la toalla, somos rescatados moralmente por mi hermano. En volandas de su asceticismo, conseguimos aguantar lo que sería la última prueba, aquella que nos llevaría al Olimpo de los manj... de la pitanza.
Et, voilá!, platos y platos de comidaza fueron llegando a nuestra mesa. En concreto: 3 platos de pollo al ajillo, 2 de ensalada, 2 de paella y 1 de pescado frito. Y cuando digo platos, casi habría de decir bandejas, de la cantidad de alimento que cada una portaba.
Sobre la calidad de las mismas, lo dicho antes, en la crítica al sitio. No es cuestión de descubrir todos los secretos del Boñar de una vez.
A modo anecdótico, decir que lo que era el pollo al ajillo al principio pensábamos que era conejo. Luego, al descubrir Nacho un ala, ya empezamos a sospechar. Un poco después, al presentarnos otro plato un camarero como faisán, ya llegamos al cachondeo. Finalmente, llegamos a la conclusión de que, fuera paloma o pollo, era una ración lo suficientemente grande como para no quejarse, así que seguimos comiendo tan contentos.
En total, doce jarras de cerveza, más una de limón que no cobraron, más ocho platos de comida, más dos de patatas: 36 euros.
Y esto, amigos, es el Boñar de León.
P.D.: C/ Cruz Verde 16, esto es, desde Gran Vía se coge San Bernardo, y al llegar a la Sauna Azul se introduce uno en la siguiente callejuela a la derecha. Si hace buen tiempo se verá la terracita ahí montada.
Publicado por Dain en 19:48 2 comentarios
Una fiesta en el fin del mundo
miércoles, septiembre 3
A pesar de que nuestro desgastado planeta Tierra no sea otra cosa sino una esfera, existe al menos un lugar que se puede considerar el fin del mundo.
De entre todos los continentes habitados, llamamos al nuestro viejo, no ya porque lo sea, sino mas bien porque es el primero que conocimos antes de que la fiebre colonizadora nos llevase a terrenos de ultramar. Dentro de nuestro mismo continente lo tenemos mas bien claro: tenemos una Europa central (que esta mas bien hacia el oeste) y una Europa occidental (que contra todo pronostico no es solo lo que hay en el oeste, sino también el centro y todo lo que sea rico). El tercer rincón, y ultimo, de Europa, el ultimo rincón, queda para esa región desconocida que hemos dado en llamar, de forma increíblemente simplificada, Europa del este.
De entre todos los países de ese rincón hay uno especialmente maltratado por la fama, la economía, y especialmente, la distancia; ese país bien podría considerarse el ultimo rincón de Europa. Ahora bien, tiene ese país también un ultimo rincón?
El avión nos puede llevar directamente en un par de horas de nuestra ciudad Madrid hasta la capital de tan lejano país. De ahí se puede coger un tren que nos lleva a otra ciudad, portuaria, donde se puede coger un autobús para que nos lleve a un pueblo. La mayor parte de los turistas (que no viajeros) se quedaría en este pueblo, en el caso de que hasta aquí hubiesen llegado. Pero andando por el margen de la carretera se llega del pueblo a una aldea, que queda tan lejos del pueblo, del puerto, de la capital y de Europa que parece haber perdido todo contacto con el mundo; no hay mas ley que la que uno se impone, no hay mas normas que las que uno quiera acatar.
Mas aya de ahí no hay nada; si se trata de seguir por la carretera uno se topa con una pareja de policías con cara de date la vuelta: es la frontera con otro país, que pese a estar al sur, es mas occidental. De hecho, el nombre del pueblo, una vez traducido, es Aduana Vieja.
Aduana Vieja es un pueblo que quizás aparece en las guías pero es tan increíble que los turistas piensan que la guía miente. Los locales llevan oyendo tanto tiempo hablar de ello que prefieren no ir, como si pasasen allí ocho horas al día, aunque en realidad casi nadie lo ha visto en persona. Aduana Vieja existe pero a la vez no existe.
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Y así fue como nos fue a nosotros. No nos hacia falta una guía, yo ya había estado allí, y sabíamos el camino. Habíamos hecho la mayor parte del viaje, pero el autobús nos había dejado tirados en el antepenúltimo pueblo, con los bultos en la acera y la recomendación de coger un taxi. Pero que somos nosotros, unos señoritos? Mejor andando. Claro que en este país nada cuadra y los kilómetros que el conductor nos había dicho eran aproximadamente la mitad de la realidad, o mejor dicho, la mitad de lo que uno de las dos señalizaciones indicaba. De la otra prefería no fiarme, tenia pinta de ser del tiempo del comunismo, y nunca se sabe.
La noche estaba estrellada, y pudimos ver las estrellas el tiempo que tardamos en llegar a los gigantescos astilleros que una empresa coreana a puesto allí imagino que para pagar menos mano de obra. Los astilleros estaban junto al pueblo que estaba entre nuestro destino y la ciudad, llamado Dos de Mayo (recordando curiosamente a Madrid, que a las tantas y con tantos kilómetros delante detrás se me antojaba otra broma cruel del destino)
Y si nos quedamos aquí? No, no, no, hay que seguir, confiad en mi. Merece la pena. Incluso a las dos de la mañana, incluso si hay que andar 5 kilómetros mas. Pero compramos unas cervezas para amenizar el paseo. Cinco minutos después podíamos ver, oír, y especialmente, sentir, el pueblo. Espero que no tengan la música así toda la noche. Bueno, seguimos adelante, pase lo que pase. Siempre adelante! No hemos andado tanto para quedarnos a medio camino.
Al final se llega, aunque caminando a oscuras por la carretera parezca que un coche te va a atropellar por detrás cuando menos te lo esperas. En la entrada del pueblo tienen un gran cartel que explica "Bienvenido al país de los osos" (siendo Oso, la marca de cerveza mas famosa del país). El cartel esta presumiblemente en la dirección equivocada, ya que solo se puede ver si se sale del país, no si se entra. Pero si uno ha llegado hasta aquí, probablemente esta acostumbrado a este tipo de contradicciones.
Escuchando el volumen de la música y los gritos entendimos dos cosas: una que habíamos hecho bien viniendo aquí, por lo que podíamos felicitarnos; dos, que la gente en la rave de la playa nos llevaba muchísima ventaja, por lo que la mejor idea era ir comprando un par de botellas de ron... Por que ron? no lo recuerdo, lo cual es cuanto menos excusable, pero lo cierto es que ese pueblo siempre me ha recordado a un pueblo pirata, si es que tal cosa ha existido alguna vez. La ley es algo que queda muy lejos, los bares están abiertos todo el día y, evidentemente, toda la noche, y nadie parece tener la intención de vivir mas aya de los cuarenta.
La fiesta nos esperaba debajo de la luz de un totem playero. La gente bailaba como loca. No solo era el alcohol, y entiéndase, había de sobra, sino que había una sensación extraña, pero muy agradable, que flotaba en el ambiente. Quizás lo que mas me sorprendió, y creo que no fui el único sorprendido, fue como miraba la gente a los ojos. En otros lugares la gente aparta la mirada o te la devuelve como si fueses un pervertido, que estas mirando, pero en este lugar no era así; probablemente la sensación de haber cruzado el mundo ex profeso para llegar hasta ese ultimo rincón, y saber que todos los presentes comparten el mismo viaje contigo crea una sensación de intimidad irrepetible, la sensación de que por muy desconocido y extranjero que sea el otro, ahora, y solo ahora, existe un vinculo en común suficientemente fuerte como para mirarle a los ojos de tal manera que ambos sintáis como entráis recíprocamente en el corazón del otro y lo agarráis fuerte con la mirada.
Las botellas cayeron, y después cayeron otras... y luego cayo la noche y vino el sol. Fuimos los últimos en pie en la playa, como corresponde a buenos españoles, y lo cierto es que sentía una curiosa sensación de orgullo étnico: haber bailado hasta que nadie mas puede bailar y se va a la cama, y aun así seguir y seguir.
En el centro de la playa, delante del bar, detrás del tótem, que ya no daba luz, la marea, o mas probablemente el dueño del bar, llevo una vez una barca lejos del agua, y aun sigue ahí, comida poco a poco por el descuido y el paso del tiempo. Me ahorrare contar como fue, porque probablemente aburriría a quien lo leyese, pero al final la barca cayo, y dormimos bajo su sombra.
Pero todo lo bueno tiene un fin y al final volvimos a la gran ciudad. De esto hace ya un mes. Mañana vuelo a Madrid, que si bien no es el centro de casi nada, tampoco es el ultimo rincón.
Publicado por n.S. en 23:42 1 comentarios
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