"Quillo, esto que van cuatro madrileños, una polaca, un portugués, una coreana y una taiwanesa..." y no, no es el principio de un chiste malo, si no la compañía que formamos varios valerosos seres, cada uno venido de donde su madre y padre decidieron engendrarle, para afrontar la ardua misión de penetrar y sobrevivir en las terroríficas y hediondas mazmorras del oscuro señor Boñar I de León.
Nuestro objetivo, paladear el langostino paellero único, aquél que devolvería el brillo a los suelos del baño del temible Boñar I, aquél que haría retomar a los orcos de grotesco hablar su vida de felices campesinos, aquél que provocaría que el sol purificase las costras de sus muros.
Ejem... ejem... voy a hablar de una visita que hicimos el otro día en la noche en blanco a este local, así que no lo voy a describir demasiado ni voy a contar lo que hemos podido ver o hacer otros días que esté relacionado con el Boñar (sobre motos, tuppers, yonkis y demás otro día).
Bueno, de todos modos, si uno ha ido al Boñar podrá intuir por donde iba la introducción de esta entrada.
Entramos y al rato nos consiguieron una mesa en el comedor para los ocho que éramos, habiéndoles avisado de antemano que nuestras intenciones estaban muy alejadas de aquello que siginificase tener que pagar algo que no fueran las cervezas. Pero el español es por naturaleza pillo, y a nosotros nos vieron cara de pardillos. ¿Y qué se hace en estas situaciones?, pues ver si la pobre víctima pica.
He de decir que lo veo natural. Recordaré que en este sitio por cada jarra, o caña según me han dicho (es que nosotros nunca hemos pedido una, y si la hemos pedido nos han servido una jarra), te sirven uno, o incluso dos, platos enormes de comida para cebarte, y de forma totalmente gratuita. Y claro, no todo el mundo quizá lo sepa, y si en el grupo ves gente a la que seguro catalogaron como "guiris", pensarían que podrían intentar sacarnos pasta. ¡Ja!.
Luego además echas un vistazo a la carta y ya atas cabos. Como tuvieran que esperar a que la gente comiese lo que come en este sitio pagando cada cosa, iban de culo.
Volviendo a la historia. Una vez sentados y provistos de bebida, nos preguntaron cortésmente si íbamos a querer algo de comer. Decididos, les respondimos con un no rotundo a modo de farol; que no pagaríamos nada era nuestra consigna, y quien no la siguiera, pondría en duda su virilidad.
Mientras tanto, por primera vez conseguimos ver el famoso cocido del Boñar. Pero eso también se convertirá en una futura entrada de este blog.
Pasados unos minutos, y con nuestros estómagos en contra de nuestra voluntad, vemos al camarero traer dos platos. ¡Bien, han cedido!, creemos, ingenuos. Sendos recipientes estaban llenos de rancias patatas fritas de bolsa. ¿No ponían paella?, pregunta una de las chicas no patrias que nos acompañaban, mientras se lleva una triste patata a la boca. Nosotros, anfitriones de la noche madrileña, nos miramos, abochornados, pero aún con esperanza.
Los camareros vuelven a la carga. Nos ponen a cada uno un cuchillo y un tenedor para las patatas, y nos repiten si vamos a pedir algo. Yo, que ya estaba intentando coger una patata con el tenedor, previo paso de haberle intentado quitar algo de roña al instrumento, contesto que no, que así estaba bien. Segundo farol de la noche. El camarero nos recita todo lo que podemos pedir, e incluso provee de piropos a una de nuestras acompañantes. Insistimos en nuestra negativa.
Siguen sucediéndose los minutos. Nacho y yo estamos desesperadamente hambrientos, y pensamos en pedir unas patatas bravas. Vuelve el camarero a decirnos que si estábamos seguros de no querer nada, que la cocina iba a cerrar. Llorosos, compungidos, a punto de tirar la toalla, somos rescatados moralmente por mi hermano. En volandas de su asceticismo, conseguimos aguantar lo que sería la última prueba, aquella que nos llevaría al Olimpo de los manj... de la pitanza.
Et, voilá!, platos y platos de comidaza fueron llegando a nuestra mesa. En concreto: 3 platos de pollo al ajillo, 2 de ensalada, 2 de paella y 1 de pescado frito. Y cuando digo platos, casi habría de decir bandejas, de la cantidad de alimento que cada una portaba.
Sobre la calidad de las mismas, lo dicho antes, en la crítica al sitio. No es cuestión de descubrir todos los secretos del Boñar de una vez.
A modo anecdótico, decir que lo que era el pollo al ajillo al principio pensábamos que era conejo. Luego, al descubrir Nacho un ala, ya empezamos a sospechar. Un poco después, al presentarnos otro plato un camarero como faisán, ya llegamos al cachondeo. Finalmente, llegamos a la conclusión de que, fuera paloma o pollo, era una ración lo suficientemente grande como para no quejarse, así que seguimos comiendo tan contentos.
En total, doce jarras de cerveza, más una de limón que no cobraron, más ocho platos de comida, más dos de patatas: 36 euros.
Y esto, amigos, es el Boñar de León.
P.D.: C/ Cruz Verde 16, esto es, desde Gran Vía se coge San Bernardo, y al llegar a la Sauna Azul se introduce uno en la siguiente callejuela a la derecha. Si hace buen tiempo se verá la terracita ahí montada.
2 comentarios:
La noche en blanco, snif, i've missed it, estaba en una biblioteca de Santiago aburriéndome en vano, digo en vano porque los suspensos caeron como espadas... bueno, voy a seguir con la lectura.
Es que a nosotros este año nos dio por celebrar la noche en blanco de manera alternativa; alternativa en cuanto a lo que hacían los demás, no alternativa en cuanto a lo que nosotros solemos hacer el resto de los días del año.
Siento lo de los suspensos.
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