A pesar de que nuestro desgastado planeta Tierra no sea otra cosa sino una esfera, existe al menos un lugar que se puede considerar el fin del mundo.
De entre todos los continentes habitados, llamamos al nuestro viejo, no ya porque lo sea, sino mas bien porque es el primero que conocimos antes de que la fiebre colonizadora nos llevase a terrenos de ultramar. Dentro de nuestro mismo continente lo tenemos mas bien claro: tenemos una Europa central (que esta mas bien hacia el oeste) y una Europa occidental (que contra todo pronostico no es solo lo que hay en el oeste, sino también el centro y todo lo que sea rico). El tercer rincón, y ultimo, de Europa, el ultimo rincón, queda para esa región desconocida que hemos dado en llamar, de forma increíblemente simplificada, Europa del este.
De entre todos los países de ese rincón hay uno especialmente maltratado por la fama, la economía, y especialmente, la distancia; ese país bien podría considerarse el ultimo rincón de Europa. Ahora bien, tiene ese país también un ultimo rincón?
El avión nos puede llevar directamente en un par de horas de nuestra ciudad Madrid hasta la capital de tan lejano país. De ahí se puede coger un tren que nos lleva a otra ciudad, portuaria, donde se puede coger un autobús para que nos lleve a un pueblo. La mayor parte de los turistas (que no viajeros) se quedaría en este pueblo, en el caso de que hasta aquí hubiesen llegado. Pero andando por el margen de la carretera se llega del pueblo a una aldea, que queda tan lejos del pueblo, del puerto, de la capital y de Europa que parece haber perdido todo contacto con el mundo; no hay mas ley que la que uno se impone, no hay mas normas que las que uno quiera acatar.
Mas aya de ahí no hay nada; si se trata de seguir por la carretera uno se topa con una pareja de policías con cara de date la vuelta: es la frontera con otro país, que pese a estar al sur, es mas occidental. De hecho, el nombre del pueblo, una vez traducido, es Aduana Vieja.
Aduana Vieja es un pueblo que quizás aparece en las guías pero es tan increíble que los turistas piensan que la guía miente. Los locales llevan oyendo tanto tiempo hablar de ello que prefieren no ir, como si pasasen allí ocho horas al día, aunque en realidad casi nadie lo ha visto en persona. Aduana Vieja existe pero a la vez no existe.
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Y así fue como nos fue a nosotros. No nos hacia falta una guía, yo ya había estado allí, y sabíamos el camino. Habíamos hecho la mayor parte del viaje, pero el autobús nos había dejado tirados en el antepenúltimo pueblo, con los bultos en la acera y la recomendación de coger un taxi. Pero que somos nosotros, unos señoritos? Mejor andando. Claro que en este país nada cuadra y los kilómetros que el conductor nos había dicho eran aproximadamente la mitad de la realidad, o mejor dicho, la mitad de lo que uno de las dos señalizaciones indicaba. De la otra prefería no fiarme, tenia pinta de ser del tiempo del comunismo, y nunca se sabe.
La noche estaba estrellada, y pudimos ver las estrellas el tiempo que tardamos en llegar a los gigantescos astilleros que una empresa coreana a puesto allí imagino que para pagar menos mano de obra. Los astilleros estaban junto al pueblo que estaba entre nuestro destino y la ciudad, llamado Dos de Mayo (recordando curiosamente a Madrid, que a las tantas y con tantos kilómetros delante detrás se me antojaba otra broma cruel del destino)
Y si nos quedamos aquí? No, no, no, hay que seguir, confiad en mi. Merece la pena. Incluso a las dos de la mañana, incluso si hay que andar 5 kilómetros mas. Pero compramos unas cervezas para amenizar el paseo. Cinco minutos después podíamos ver, oír, y especialmente, sentir, el pueblo. Espero que no tengan la música así toda la noche. Bueno, seguimos adelante, pase lo que pase. Siempre adelante! No hemos andado tanto para quedarnos a medio camino.
Al final se llega, aunque caminando a oscuras por la carretera parezca que un coche te va a atropellar por detrás cuando menos te lo esperas. En la entrada del pueblo tienen un gran cartel que explica "Bienvenido al país de los osos" (siendo Oso, la marca de cerveza mas famosa del país). El cartel esta presumiblemente en la dirección equivocada, ya que solo se puede ver si se sale del país, no si se entra. Pero si uno ha llegado hasta aquí, probablemente esta acostumbrado a este tipo de contradicciones.
Escuchando el volumen de la música y los gritos entendimos dos cosas: una que habíamos hecho bien viniendo aquí, por lo que podíamos felicitarnos; dos, que la gente en la rave de la playa nos llevaba muchísima ventaja, por lo que la mejor idea era ir comprando un par de botellas de ron... Por que ron? no lo recuerdo, lo cual es cuanto menos excusable, pero lo cierto es que ese pueblo siempre me ha recordado a un pueblo pirata, si es que tal cosa ha existido alguna vez. La ley es algo que queda muy lejos, los bares están abiertos todo el día y, evidentemente, toda la noche, y nadie parece tener la intención de vivir mas aya de los cuarenta.
La fiesta nos esperaba debajo de la luz de un totem playero. La gente bailaba como loca. No solo era el alcohol, y entiéndase, había de sobra, sino que había una sensación extraña, pero muy agradable, que flotaba en el ambiente. Quizás lo que mas me sorprendió, y creo que no fui el único sorprendido, fue como miraba la gente a los ojos. En otros lugares la gente aparta la mirada o te la devuelve como si fueses un pervertido, que estas mirando, pero en este lugar no era así; probablemente la sensación de haber cruzado el mundo ex profeso para llegar hasta ese ultimo rincón, y saber que todos los presentes comparten el mismo viaje contigo crea una sensación de intimidad irrepetible, la sensación de que por muy desconocido y extranjero que sea el otro, ahora, y solo ahora, existe un vinculo en común suficientemente fuerte como para mirarle a los ojos de tal manera que ambos sintáis como entráis recíprocamente en el corazón del otro y lo agarráis fuerte con la mirada.
Las botellas cayeron, y después cayeron otras... y luego cayo la noche y vino el sol. Fuimos los últimos en pie en la playa, como corresponde a buenos españoles, y lo cierto es que sentía una curiosa sensación de orgullo étnico: haber bailado hasta que nadie mas puede bailar y se va a la cama, y aun así seguir y seguir.
En el centro de la playa, delante del bar, detrás del tótem, que ya no daba luz, la marea, o mas probablemente el dueño del bar, llevo una vez una barca lejos del agua, y aun sigue ahí, comida poco a poco por el descuido y el paso del tiempo. Me ahorrare contar como fue, porque probablemente aburriría a quien lo leyese, pero al final la barca cayo, y dormimos bajo su sombra.
Pero todo lo bueno tiene un fin y al final volvimos a la gran ciudad. De esto hace ya un mes. Mañana vuelo a Madrid, que si bien no es el centro de casi nada, tampoco es el ultimo rincón.
Una fiesta en el fin del mundo
miércoles, septiembre 3
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1 comentarios:
A ver, ¡quiero leer más entradas!
Tenéis que salir más de juerga, descubrir nuevos garitos,¿qué os sucede? :P
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