Un viernes cualquiera. Un hombre hambriento. Una pulsión contenida durante 11 meses. Una deuda con mi adolescencia.
Hete aquí que uno se encontraba deambulando sin rumbo fijo por las calles de, cómo no, Madrid. Mi estómago me avisaba de vez en cuando que lo más adecuado para ambos sería que me llevase algo a la boca. No obstante, mi frugal desayuno no había servido para otra cosa que para calmarme durante un par de horas, y ya habían pasado otras dos desde que despertara otra vez en mí una de las motivaciones básicas del ser humano, como es el comer (que completaría el conjunto junto con follar, beber y dormir).
Contemplando mis diversas opciones, iba descartando una tras otra por diferentes motivos. Desde hamburgueserías comerciales por lo grasiento del producto, a establecimientos vegetarianos por tener ansia de algo de proteína de origen animal. Y tascas, bueno, sólo me verán por ese tipo de casas acompañado de un par de colegas, y más para cervecearme que para tomar algo realmente consistente.
En estas que voy acotando mi necesidad de bocado. Hace mucho tiempo, demasiado, que no me llevaba algo de sushi a la boca. No soy yo hombre de absolutos, y por tanto no diré nunca aquello de "ésta es mi comida favorita", pero, sin duda, si me obligaran a tener que comer durante el resto de mi vida un sólo tipo de elaboración alimenticia, el sushi sería uno de los máximos candidatos a conseguir tal deshonor.
Desesperadamente necesitado de ingesta alimenticia, me encontré caminando por Sol, intuyendo a donde podía estar dirigiéndome.
Hace muchos años, a mis tiernos 14, me desvirgué en el tema de la probatura de platos japoneses. Y además por la puerta grande. Llegó la camarera y le pedí la bandeja de degustación de sushi más grande del local. Creo que fueron 3000 pesetas de la época, pero no estoy totalmente seguro de ello. Mi experiencia fue más bien desagradable, lo que iba probando no me convencía en absoluto. Ni sushi de salmón, ni de atún rojo, ni de bacalao, ni de caballa, ni de otros seres a los que mi pobre mente no acertaba poner nombre. El de pulpo y el de langostino sí recuerdo que me agradaron, pero con el de huevas de salmón casi vomito. Además, al no saber utilizar los palillos, recurrí a mis propias manos, con el consiguiente despolle de las camareras allí presentes. Tras un viaje rápido al baño, volví a mi mesa y descubrí que dos de los comensales que me acompañaban habían decidido cortar con mi sufirimiento y pedir que retiraran la bandeja. Una pena.
Luego ya aprendí a disfrutar de este tipo de comida, e incluso a utilizar los palillos de manera decente (¡orgulloso de mí estoy por poder comer arroz con ellos!).
Así que, ya que estaba por la zona, me pasé por la puerta de aquel sitio que en su día visité, decidido a redimirme por aquella mala experiencia. Cabe decir que no iba sobrado de pasta en ese momento, y que, para comer yo solo, me valía con alguno de los menús que la casa presentara.
El lugar en cuestión es este:
Lo pueden encontrar en la calle San Cristobal Nº 11, entre Sol y la Plaza Mayor.
Mis opciones, como dije, estaban restringidas en principio a los menús del día, pero acabé optando finalmente por el menú de la casa de sushi, que tampoco distaba mucho del normal de sushi. Explico:
1-El de la casa eran unos 18 euros. Incluye sopa de miso, arroz cocido o frito, dos rollitos de carne y 8 piezas de sushi (2 de salmón, 2 de atún rojo, 2 de caballa, 1 de bacalao y 1 de tortilla; perdóneseme no conocer los nombres en el idioma original).
2-El del día de sushi eran 10,5 euros. Había que elegir entre uno de los 3 entrantes antes mencionados, acompañado por 4 piezas de sushi y 4 de maki.
Así que, ansioso de sushi, y hambriento que te cagas, opté finalmente por el primero. Acompañaban todo además con un cuenco con rodajas de pepino, deduzco que para limpiar la boca entre bocado y bocado de sushi, pero esto igual es una chorrada que acabo de parir.
He de decir que no compré la botella de cerveza japonesa de la carta por miedo a que me sajaran demasiado por ella. Imagino que me hubiera costado 3 euros, y, como yo estaba ahí por la comida y no por la cerveza, me conformé con una botella de agua de lo más normalita. Tampoco pedí postre. La comida con el agua me costó 21 euros con un propinilla acorde al precio de lo servido y al servicio prestado.
Como anécdotilla, decir que nada más sentarme me acercaron una toallita perfumada con la que poder limpiar mis no del todo estériles manos. Como no me cosqué del asunto, me trajeron la comida, empecé a comer, y la retiraron. Debieron pensar que no era un cliente demasiado pulcro.
El resto de la carta, pues no lo miré demasiado, pero tenía un poco de todo. La fondue de marisco debe ser interesante, pero entre que eran más de 40 euros y que era para dos personas, ni siquiera pensé en pedirla. El típico barco de sushi también esta disponible por unos 20 euros creo recordar. Luego sopas, entremeses, arroz, fideos, maki, sashimi, tempuras y platos más normalitos para aquellos menos convencidos de las bondades del pescado crudo.
La relación calidad/precio no me convenció. Si bien no puedo quejarme de lo que comí, quedando además bien saciado, por 20 euros pueden encontrarse menús mucho mejores en locales mucho mejores. El sushi cumplía de sobra, sin ser mínimamente algo parecido a un experto me da para al menos distinguir entre "lo malo" y "lo que no es malo". Ayuda haber probado incluso el sushi del Lidl o el del Corte Inglés, ambos bazofias de gran calibre. Así pues, diría que el corte no era burdo y que el pescado parecía fresco.
El resto, ni fu ni fa. Ni el arroz ni la sopa ni los rollos supusieron un disfrute real. Rellenaron mi estómago.
Del local decir que me sorprendió que apenas había cambiado desde la última vez que estuve allí. Es más bien pequeñito, decorado de manera "tradicional", y con camareros atentos. Quizá demasiado, ya que al terminar un plato se acercaban raudos a retirártelo de la mesa.
Total, que en una escala de 0 a 10, contando para ello con todos los factores, no le pondría más de un 5.5, siendo generoso. Entré en él por lo que significaba para mí, y es muy probable que al despedirme de la mona jovencita oriental que atendía en la barra-bar lo hiciera también del local para siempre. En cualquier caso, he de ir a más japoneses a devorar menús para poder compararlo de una manera más precisa.
Sí, iría a todos y comería a la carta, pero hago esto por exploración altruista, por lo que me acabaría arruinando, ¡mamones!
Sakura, una visita al pasado
viernes, noviembre 7
Publicado por Dain en 23:35
Etiquetas: Restaurante
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